jueves, 16 de enero de 2014

Mi Dulce Domingo

Amanece, lo observo dormir, acercando mi almohada hacia él para sentir su suave respiración, convenciéndome de que no es un sueño, si lo fuera, deseando que no acabe. Suspiro, cerrándose lentamente mis ojos. Poco después él empieza a rozar sus labios con los míos, sus labios un sabor tan dulce que no podía dejar de probarlos,  sus caricias  no paraban, sus besos en mi espalda estremecían mi cuerpo, mi piel volviéndose tan adictiva a la suya.

Abrí los ojos, quedándome hipnotizada en su mirada, como si en este mundo existiera tan sólo él y yo, viéndome reflejada en sus pupilas,  anhelando quedarme por siempre ahí. La luz del sol ilumina su rostro, permitiéndome contemplar ese verde con un toque de miel en sus ojos. En aquel cuarto donde cada minuto y segundo se convertían en una eternidad, perdiendo totalmente la noción del tiempo junto a él, contando cada lunar de su cuerpo.

Me decía repetitivamente lo hermosa que soy, sintiéndose de alguna manera afortunado por estar en aquel divino y mágico lugar junto a mí dijo él; pero no se daba cuenta que la afortunada era yo, por el amor que él me daba, reflejado en tantos caricias, no había necesidad de escuchar de su dulce boca cuanto me quería, pues su piel me lo contaba.

Me abrazó, le sonreí, luego me acerqué a él para decirle al oído un “te quiero” junto con un beso, agarré su mano fuertemente, después fuimos juntos a desayunar, para mí fue el desayuno más exquisito de este mundo por haberlo compartido con él.  Acabándose el día cerramos la puerta de esa habitación en donde mi mundo se convertía en un lugar mejor, donde lo mágico no se extinguía y la pasión tampoco, deseando que todos los días sean domingo, para que su amor sea el comienzo y el final de cada día. Él, mi dulce domingo.